Como trabajo, la escritura puede ser decepcionante; más aún, si se espera recompensa, material o psicológica. Cuando no se es nadie como escritor, se trabaja mucho y se recibe poco o nada, nadie lo lee, nadie lo comenta, a nadie le importa lo que se produce como escritor; ni si quiera a su señora (o señor).
Los seres humanos somos vanidosos por naturaleza; escribir y no ser leídos, nos aterriza, nos vacuna contra la vanidad. Los escritores leemos más de lo que escribimos, y gracias a la lectura, logramos comprender que no somos nadie, que la insignificancia es nuestra medida. Los escritores no desean la fama como fin, la desean como un medio. Saben que el fin no es ser famoso, el fin, en mi caso, es ayudar a otros, inspirarlos a través de la enseñanza y la escritura. Volvamos a los escritores, ellos saben que la fama es un medio; cuando piensan en ella, la aborrecen, prefieren el anonimato, ser invisibles en la ciudad, no ser nadie cuando salen a la calle. Quieren pasar desapercibidos cuando visitan mundos subnormales.
La escritura como oficio es escalable; se puede multiplicar en proporciones desiguales, gracias a la tecnología. Otros oficios y profesiones están limitados por el costo de sus servicios por horas. Los taxistas, los odontólogos y las prostitutas, saben que su capacidad de trabajo está limitada por las horas que pueden trabajar en un día; saben que no pueden ganar más de lo que tienen previsto por hora de trabajo.
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Escribir y no ser leídos, nos aterriza,
— Mauricio Hernández (@mauroh06) November 13, 2016
nos vacuna contra la vanidad; gracias a la lectura, comprendemos que no somos nadie.