Tarde o temprano nos damos cuenta en algún momento, que el mejor viaje es al interior de nosotros mismos, que las sustancias y métodos, algunos ancestrales, otros más recientes pero igual de válidos e interesantes, solo abren puertas que normalmente están cerradas por el ego, y nos impiden mirar hacia adentro con profundidad, aceptación y gratitud. En el Club de la pelea, un clásico del cine (1999), el narrador y protagonista (Eduard Norton), aquejado por el insomnio, le pide medicación al doctor, quien se niega a recetarle y, al quejarse de que está sufriendo, le sugiere que vaya a un grupo de apoyo para ver lo que es el sufrimiento de verdad. El tipo asiste a un grupo de apoyo de víctimas de cáncer testicular y, después de convencerlos de que él también está aquejado de la enfermedad, encuentra una liberación emocional que le cura el insomnio. Se vuelve adicto a los grupos de terapia y a la farsa de hacerse pasar por víctima. La situación es tan trágica que se convierte en comedia. ¿Qué obtiene de todo eso? atención, compañía, validación con otras víctimas. Pero, ¿qué tiene esto que ver con mi turismo espiritual?
Aquí va. La vida es una experiencia egocéntrica. Negarlo también es egocéntrico, asumir una postura que niega el ego, nos pone en el mismo lugar del egocéntrico. La vida tiene infinitas posibilidades de experiencias, ese mismo ego que nos hace presentarnos como personas humildes, o excesivamente exigentes (como yo), nos pone la trampa de pensar de que debemos tener más para disfrutar más. Bien lo decía un amigo: "no tienes que tener una isla para disfrutar el mar". El turismo espiritual en cierto punto tiene que ver con esto, con personas -como el personaje de la película-, que saltan de grupo en grupo, viviendo experiencias tipo new age por muchas razones: encontrarse así mismos, sanar heridas o traumas de la infancia, para perdonar a sus padres, para tener momentos de introspección, para husmear en vidas pasadas, para conectar con gente que comparte ese tipo de gustos y vivencias, para desenredar un proyecto o tomar un curso de acción en la vida. Quienes hemos participado de ellas, saltado de grupo en grupo, de tema en tema, tarde o temprano nos damos cuenta en algún momento, que el mejor viaje es al interior de nosotros mismos, que las sustancias y métodos, algunos ancestrales, otros más recientes pero igual de válidos e interesantes, solo abren puertas que normalmente están cerradas por el ego, y nos impiden mirar hacia adentro con profundidad, con aceptación y gratitud. Podemos ser budistas, católicos, ateos, podemos ser lo que queramos ser, pero ¿somos realmente eso? La respuesta es NO. No somos la religión que practicamos, ni lo que creemos, mucho menos nuestra profesión, oficios o la visión del mundo que tengamos, somos la vida manifiesta aquí y ahora, esta es la eternidad, y es lo que queramos que sea. Cuando despertamos, nos damos cuenta que nuestra visión no es tan nuestra, que es una reproducción de lo que nos enseñaron en casa. Algunos viven toda su vida sin notarlo. Es probable que les falte vivir otras vidas para despertar. Les deseo suerte en el camino. ¿Recomiendo el turismo espiritual? recomiendo la introspección, el gobierno de si mismo. Si los hongos, el peyote, el bufo, las constelaciones familiares o la inmersión en hielo le ayudan a encontrarse, bienvenidos, solamente usted sabrá si lo que está experimentando es un viaje amoroso de autodescubrimiento y aceptación, o está viviendo su propia versión del club de la pelea.
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AutorNo estoy esperando NADA. Mi momento es aquí y ahora. Es HOY, es YA. Archivos
Febrero 2024
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